-Quinto Horacio-
―¡Silencio! ―Hice callar a Aitor. Le hice un gesto con la mano, apuntando hacia la ventana, e insistí en que no abriese la boca― ¿Lo oyes? Me parece que es el motor de un coche.
Aitor dejo de hablar. Prestamos atención, esperando escuchar de nuevo el ruido de algún motor. Entonces oímos un acelerón lejano. Nos levantamos los tres de un salto poniéndonos de pie. «¿Y mi M4?» preguntó Aitor, mientras Chemi se dirigía corriendo, anticipándose a Aitor y a mi, hacia la ventana de la habitación, que da a la calle Santa Marina. «En el suelo detrás del sofá» le indiqué a Aitor, que habia empezado a dar vueltas buscando, mientras yo me dirigía a la habitación dónde dejé las bolsas con el resto de las armas. Abrí una de las bolsas de deporte y busqué uno de los dos MP5 que guardábamos en estas. Mientras tanto, Chemi ya había pegado su nariz a la ventana, sin perder detalle de todo lo que ocurría fuera. Yo, tras terminar de cargar mi arma me dirigí también a la ventana junto a Chemi, pero no sin antes buscar a Aitor con la mirada, encontrándolo apostado, vigilando la entrada posterior.
―¿Ves algo? ―Le pregunté a Chemi en voz baja, mientras este abría unos milímetros la ventana.
―¿Escuchas eso? ―dijo Chemi, abriendo un poco más, la hoja de la ventana.
―No. no escucho nada ―le respondí.
―¡¡joder, joder!!― exclamó entre dientes. ―¡¡Mira tu mismo!! ―me dijo, apartándose de la ventana.
―Que mire ¿donde?
―¡Al fondo joder! ―concretó.
Al hacerse a un lado y girarse, comprobé la cara de impresión de mi amigo. Ocupé luego su lugar asomándome, mirando hacia donde el me había indicado. Unas figuras humanas, deslumbradas en parte por el sol, se movían lenta y torpemente en nuestra dirección. Pasados unos instantes pude distinguirlas con mayor claridad. Y, no me lo podía creer: eran aquellas malditas criaturas moviéndose a lo lejos. Las mismas de la noche anterior. Por lo visto, mientras Aitor nos relataba el fin del hospital TB, y sin que ninguno de nosotros hubiese intuido lo que podía suceder, una parte del pueblo se había hechado a la calle: la parte esa con la que uno, no quiere encontrarse jamás. Tenían aquel caminar, y aquellos ojos. Algunos podían parecer mis vecinos, pero esos ya no eran mis vecinos. Contaba al menos diez, que pudiese ver con claridad ―el más próximo, a algo más de cien metros―, pero seguro había más. Los podía escuchar: podía escuchar de fondo esos ruidos: Grrrr, Argggh, que ya me eran tan familiares. Miré entonces a Chemi y él me miró con los ojos muy abiertos. «¿Qué hacemos?» le pregunté, sin saber muy bien que hacer. Chemi levantó las cejas, pero no respondió a mi pregunta. Entonces escuchamos los ladridos.
Miré, asomándome de nuevo por la ventana, y pude ver al perrillo del vecino, uno pequeñajo llamado DIDI, que venia corriendo, y que terminó por situarse a unos metros más allá de nuestra ventana, empezando a ladrar en dirección a las criaturas dudando: si ir hacia adelante y atacar, o para atrás y huir. De algún modo, le ocurría los mismo que a nosotros, pero inconsciente del peligro que corría. Abrí la ventana y le llamé por entre la persiana, en voz baja: «DIDI Silencio. Ven aquí vamos ven» le dije. Confiaba, que si el perrito me escuchaba y reconocía, se acercaría lo suficiente, como para poderlo alcanzar y meterlo en casa. DIDI pareció calmarse, sentándose mirando fijamente a la ventana pero, madre mía, cuando este comprobó que era yo “Su vecino", con el que jugaba cada vez que veía”: se volvió loco. Pareció como si aquel instante le hubiesen metido unas pilas de plutonio por el culo, empezando a ladrar como un jodido “DOBERMAN” de 65 kilos, y a pegar saltos y vueltas entorno así mismo, sacando los dientes amenazantes igual que un mandril defendiendo su territorio. El escandalo era de importancia, y las criaturas, todavía lejos, no tardarían en fijar su atención en el chucho, si este no paraba de ladrar y hacer espavientos.
―Estás loco llamando al perro. Nos va a delatar a todos. ―Me recriminó Chemi, y no sin razón.
―¿Qué coño esta pasando ahí fuera? ¿Qué es ese escandalo? ―preguntó Aitor.
―¡Este gilipollas! que ha llamado al perro del vecino, y ahora esta montando la de Dios, delante de la ventana ―contesto Chemi.
―Haced que se calle, o pegarle un tiro. Pero que se calle de una vez ― dijo Aitor.
En aquel instante, y con el pequeño cabrón todavía ladrando delante de nuestra ventana, volvimos a escuchar el motor de un coche, posiblemente el mismo de antes, al que siguió un disparo lejano pero potente, del que no teníamos idea de su procedencia. El sonido, cada vez más notable del vehículo, y por lo tanto más próximo a nosotros y acelerando, nos dejaba pocas opciones. De otro modo, los ocupantes del vehículo, ya a punto de aparecer por la resolana verían al animal, delatando este nuestra posición con sus ladridos y gestos. De modo, que tomé una decisión importante, la única que podía tomar, y para la que no dispuse de mucho tiempo de reflexión: aunque luego me pesase tanto.
―Voy a salir a por el perrito― le dije a Chemi, haciéndolo a un lado de un empujón, y dejando el arma en una silla.
―¡Te verán! ―dijo Chemi, que inútilmente había intentado detenerme sujetarme por el brazo .
Salí de la casa como alma que lleva el diablo, sin haber pensado con la suficiente calma en las consecuencias que aquel acto podía acarrear, y con la firme convicción de atrapar al perro de inmediato, volviendo luego al interior de la casa. Sin embargo, las cosas no siempre son como a uno le gustaría, y ni mucho menos salen como se piensan. Así, el perrito, al contrario de lo que creí que ocurriría cuando este me reconociese, salió disparado a velocidad y dirección absurda, hacia el centro mismo de la calle y yó―como no podía ser de otro modo, y más absurdo todavía― le seguí. Cuando por fin lo agarré y quise darme cuenta, comprobé a mi pesar, que me encontraba ―con el perrito en brazos― en la misma resolana (un cruce a tres calles): La zona más desprotegida de la calle, y expuesto a la vista todos: amigos, criaturas y de la guardia civil, que en aquel momento aparecía con su vehículo, asomando a la resolana, dándome el alto por medio del altavoz instalado en el vehículo.
Salí de la casa como alma que lleva el diablo, sin haber pensado con la suficiente calma en las consecuencias que aquel acto podía acarrear, y con la firme convicción de atrapar al perro de inmediato, volviendo luego al interior de la casa. Sin embargo, las cosas no siempre son como a uno le gustaría, y ni mucho menos salen como se piensan. Así, el perrito, al contrario de lo que creí que ocurriría cuando este me reconociese, salió disparado a velocidad y dirección absurda, hacia el centro mismo de la calle y yó―como no podía ser de otro modo, y más absurdo todavía― le seguí. Cuando por fin lo agarré y quise darme cuenta, comprobé a mi pesar, que me encontraba ―con el perrito en brazos― en la misma resolana (un cruce a tres calles): La zona más desprotegida de la calle, y expuesto a la vista todos: amigos, criaturas y de la guardia civil, que en aquel momento aparecía con su vehículo, asomando a la resolana, dándome el alto por medio del altavoz instalado en el vehículo.
Sin embargo, no hice caso. Las criaturas estaban muy próximas y se acercaban por la calle cañada en grupo numeroso, estando ya amenos de 50 metros. De modo que... seguí corriendo a toda prisa en dirección a mi casa, ignorando el alto que me acababan de dar desde el vehículo policial pero entonces... un disparo al aire, y un "ALTO" más claro y cercano, me clavaron los pies al suelo.
No sé como pude , pero sopesé la situación: Tenía a un tipo con una pistola detrás mío, y a un grupo de muertos con muy malas intenciones avanzando hacia mí. Los muertos me daban más miedo pero calculé, en base a mi propia experiencia en este mundo del demonio, que las balas eran más rápidas que los muertos de modo, que manteniendo uno de mis ojos en los pellejudos que se acercaban por la izquierda―lenta, pero de manera constante― me di la vuelta girándome con el perrito en brazos, mirando al guardia que me acababa de dar el alto. "Me habían pillado". Y todo... por culpa del perrito de los cojones.
© Jorge Maqueda & Aitor Gil
Espero que hasta ahora les gusté el trabajo. En ese caso, siempre serán bienvenidos sus comentarios y sugerencias en el blog. No olvidéis, que si escribo aquí, es también por vosotros. Un abrazo a todos.
1 comentario:
Vaya, vaya con el perrito de los cojones, jejej
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